El Acamoto, el fin de semana que detonó el lado más clasista de los mexicanos

Este fin de semana terminó el Acamoto, un evento que congrega a quienes les gustan la fiesta y la velocidad. El saldo reportado es preocupante: un total de 9 muertos, un impacto ecológico por el exceso de deshechos, y una serie de actividades delincuenciales en distintos puntos del puerto. Las redes sociales refuerzan los datos, pues basta con buscar el hashtag #Acamoto en Twitter para hallar fotos y videos que muestran los excesos de quienes visitaron el puerto.

Los comentarios que acompañan las imágenes no se limitan a describir la situación, sino que exhiben un trasfondo profundamente clasista y racista. Antes de examinarlos, es necesario comentar algunos puntos. El primero es que no todas las grabaciones corresponden al evento de este fin de semana. Como sucede con cada fenómeno viral, se difunde material falso para alimentar la imagen que se quiere imponer.

Ahora es necesario conocer a quienes se están criticando. Los 10 mil motociclistas que acudieron al Acamoto, suelen compartir un perfil común: grupos segregados, posición económica media o media-baja, de piel morena con tatuajes y un alto consumo de alcohol y otras sustancias. Es decir, todo lo opuesto a los estándares de belleza occidentales.

La sección de comentarios muestra posturas interesantes en torno a las diferencias de clases sociales. Algunos los comparan con simios, aludiendo a sus actitudes impertinentes; otros los describen como “una convención de nacos”, palabra que por sí misma arrastra una carga tremendamente clasista, cuya etimología remite al término “totonaco”.

Algunos incluso aseguraban que si los detuvieran, la mayoría tendría antecedentes penales. Una conclusión muy temeraria, que claramente no surgió a partir de un análisis estadístico, sino simplemente por prejuicios basados en las características físicas del grupo. Finalmente, otros estaban convencidos de que estas personas no deberían reproducirse, para evitar eventos similares en el futuro.

Personalmente, me parece grave que hayan metido las motos al mar, por toda la suciedad de las llantas y el equipo; y son acciones que no se pueden pasar por alto. Pero una cosa es cierta: cada comentario muestra una fuerte molestia e indignación sobre las personas que acudieron al evento. Si hacemos un recuento de lo que realmente les molesta, podemos notar que no son sus acciones, sino que ellos lo hagan.

Les incomoda que no se diviertan en Punta Diamante, el Acapulco elegante y all-inclusive, sino en las playas más accesibles. En esa parte del puerto el consumo de alcohol y drogas también es excesivo, sin embargo, aquellos lo hacen de manera distinguida al consumir bebidas con espíritu, más no micheladas y azulitos.

Finalmente, al mismo tiempo de que lo critican, apropian aspectos de su cultura. El caso más evidente es la música. El reguetón o perreo es exotizado: adoptan algunas canciones, pero marcan una clara distancia respecto a quienes las producen y disfrutan en sus propios contextos. La Lagunilla es el ejemplo perfecto, pues en los últimos años se ha gentrificado al grado de que hay una diferencia muy marcada entre la zona para los extranjeros y la zona de perreo.

Lo mismo comienza a suceder con la estética vaquera: se apropia mientras, en paralelo, se rechaza a los campesinos y agricultores, a quienes se llama “pobres” y de gustos “agropecuarios” en tono despectivo. Incluso hay quienes ocupan el término “agrícola” para definir aquello que no empata con la estética cosmopolita y vacía de la clase social alta. Contradicciones y doble moral de quienes suponen ser el ejemplo del buen vivir.

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